Hace 15 años, la literatura deportiva pateó Al Arco
Hay bichos que
entran a las librerías y esquivan los best sellers, los libros de autoayuda,
los de política, las guías turísticas, las novelas románticas y los clásicos de
la literatura universal. No lo hacen siempre. Lo hacen cada tanto. Pero lo
hacen.
Lo hacen porque
su objetivo es otro. Su hambre, su deseo, pasa por otro lado. Pasa por un
manjar que no tiene muchos años a la luz. La literatura deportiva. Los libros
sobre y de fútbol, sobre y de deportes. Cuentos, biografías, ensayos e
investigaciones sobre diferentes fenómenos que generan el deporte más popular
del mundo y otros. El menú, las variedades son infinitas.
Hace 15 años dos
periodistas, Julio Boccalatte y Marcos González Cezer, fundaron la primera
editorial independiente de literatura deportiva, Ediciones Al Arco. Un tiro que las
grandes editoriales, en ese momento, no vieron pasar ni cerca, como cuando el
delantero fusila al arquero y este se queda estático, sin entender lo que
ocurrió.
El puntapié
inicial fue en el mítico Café Tortoni. Después de publicar una entrevista a
Eduardo Galeano, los periodistas le mandaron un ejemplar de la revista
deportiva que editaban al escritor uruguayo. En agradecimiento, y entusiasmado
por la charla, Galeano devolvió gentilezas con un cheque. Era el monto para
suscribirse durante 12 meses a la revista Al Arco, que González Cezer y
Boccalatte pensaban como un espacio en el que el fútbol se mezclara con la literatura.
Pero la publicación duró sólo un año, entre 2001 y 2002, porque el dinero no
alcanzó. "El cheque tampoco no lo cobramos", aclara Boccalatte.
Galeano, sin embargo, se convertiría en un aliado incondicional, cuenta
Alejandro Wall en una nota
publicada en Tiempo Argentino.
Esa apuesta dio
sus frutos. Abrió el marcador de un partido que, por estos días, cualquier
fanático del deporte juega consumiendo enormes cantidades de libros sobre
deportes. Las grandes editoriales reaccionaron tarde y se prendieron al partido
con presupuestos incomparables respecto del de Al Arco. Pero el mérito no es el
mismo. Ni cerca está. Al Arco le abrió las puertas del estadio no solamente a
escritores y periodistas con ganas de contar cosas, sino a miles de bichos
hambrientos de más historias sobre sus ídolos, equipos y cuentos.
"Nos
juntábamos en el Tortoni, antes de entrar a la agencia Télam, donde
trabajábamos, y siempre pensábamos qué hacer. Marcos fue el que un día de esos
tiró: 'Hagamos una editorial de literatura deportiva'. Mucha gente escribía,
nosotros mismos lo hacíamos, y estaba bueno poder generar un espacio así",
cuenta Boccalatte, en la misma nota con Wall.
"Lo que
queríamos era un lugar en el que escribiera buena gente, tipos que sintieran la
profesión como la sentimos nosotros, sin perspectivas comerciales más que las
de poder seguir publicando, sobre todo a aquellos que tuvieran buenos textos y
no tuvieran lugar donde hacerlo", agregó.
Entre abril de
2001 y mayo de 2002 el deporte se empezó a practicar de otra manera, al ritmo
de las palabras de tipos como Horacio Elizondo, Daniel Arcucci, Cristian
Grosso, Alejandro Di Giacomo, Walter Vargas, Oscar Barnade, Pablo Lisotto,
Vicente Muglia, Julio Ernesto Vila, Bruno Passarelli, Sebastián Fest, Ariel
Scher, Juan Sasturain y muchísimos otros como Roberto Fontanarrosa, Jorge
Valdano, Ezequiel Fernández Moores y Eduardo Galeano, que aportan su juego en
prólogos o contratapas.
La literatura
deportiva pateó Al Arco. Y fue un golazo que todavía hoy se grita y se
disfruta.
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